jueves, 17 de julio de 2008

Trampas del olvido

Los pelos del brazo del inspector Alberto Muzzi se erizaron al pararse frente al cuerpo de Marta Arana. Él detestaba esa reacción de su cuerpo ya que lo hacía parecerse a un novato, justo a él que lejos estaba de ser un inexperto. Muzzi era considerado el mejor inspector de la historia, pero esa reacción debida a su vulnerabilidad ante el frío lo ponía bastante nervioso. Con cincuenta y dos años tenía una reputación impecable, y ya llevaba resueltos ocho casos de asesinos seriales, justamente los ocho casos en los que le había tocado participar. Miraba el cadáver de Marta Arana, la última víctima del terrible asesino que ya llevaba ocho muertes en un año. En un principio el caso había estado a cargo del inspector Carlos Martínez, pero como no había logrado progresar nada y la opinión pública lo asechaba decidieron sacarle el caso. Sólo Muzzi era capaz de agarrar un caso como este, y así fue. Seis meses ya habían transcurrido desde que se había hecho cargo de la investigación, y, dos días, desde que Marta había sido asesinada. Esta era la tercera vez en dos días que el inspector examinaba el cuerpo y seguía sin encontrar una buena pista. Los grandes ojos negros de la víctima se perdían en la nada. El inspector la miraba fijamente, intentando interponerse entre la nada y ella; buscaba la mirada de Marta para ver si algo podía decirle sobre el asesino, pero ya era tarde para eso; ella era la nada misma. Todo era desolación, vacío, frío, hasta la piel trigueña de Marta había perdido su color y se mimetizaba con la palidez de la morgue. Sin embargo, la belleza de ese cuerpo aun se mantenía intacta y el largo pelo negro era lo único que todavía brillaba en la opacidad de ese ambiente. Muzzi se rascó la cabeza con la mano derecha y llamó a su asistente...
–¡Luis, vamos!, acá no hay nada. El hijo de puta es bueno. Ya lleva ocho y ni una pista.
Un delgado hombre con grandes orejas y anteojos se acercó y sólo levantó sus hombros.

En el trayecto hasta la comisaría ambos se mantuvieron callados. Al llegar, los dos se encerraron en la oficina del inspector para ver los detalles del caso.
–Este debe tener algún trauma con las medias de red. Todas las víctimas aparecen ahorcadas con un par de medias de red al cuello.
–Los medios lo llaman “El asesino a medias”.
–Sí, ya me enteré. ¡Malditos periodistas, qué nombre de mierda! Seguramente estarán hablando boludeces sobre mí también.
–En realidad hay de todo un poco, algunos dicen que aun es pronto como para que pueda resolverlo y otros dicen que usted ya está viejo y ya no está para estas cosas. Igualmente todos coinciden en que usted es el más capacitado y el único que puede agarrar al asesino.
–¿Pronto? ¡El hijo de puta ya mató a tres personas en estos seis meses!
–¿Y qué vamos a hacer? ¿Qué pasos daremos?
–No sé, no sé. La clave está en las medias.
–Quizás al tipo le gusta vestirse de mina, tiene dos personalidades, doble cara.
–Todavía no sabemos si es una mina o un tipo.
–Es verdad, pero jamás conocí a una chica que use de esas medias.
–Me parece que tenés que ir más al cabaret. Je, je.
–Igual este mató tanto minas como tipos y ni una era puta –sonrió levemente sosteniéndose sus grandes anteojos.
–El hijo de puta es astuto, pero no se me va a escapar...Luis volvió a sonreír casi imperceptiblemente. El teléfono sonó en la oficina.
–Hola –dijo el inspector.
–Hola, ¿hay alguna pista nueva? –preguntó el comisario agitado del otro lado de la línea.
–No, señor.
–Ya sabe, cualquier pista, por pequeña que sea, comuníquemela antes de actuar.
–Sí, señor. Adios.
–Chau, manténgame al tanto.

Recién a las siete de la tarde se retiraron Luis y el inspector de la comisaría. Luis llevó a Muzzi hasta el edificio en donde vivía. Había sido otro día duro para el inspector, pero, por suerte, ya se encontraba abriendo la vieja puerta del tercero D. Un departamento pequeño y antiguo que desde hace veinte años alquilaba. Era tan pequeño que lo primero que aparecía al entrar era la cocina. El único cambio que le había hecho Muzzi desde que lo había alquilado fue poner detrás de la puerta de entrada un espejo del tamaño de la misma para mirar cómo le quedaba el traje cada vez que salía a la calle. Ya había anochecido por lo que la temperatura comenzaba a descender violentamente. Prendió la hornalla de la cocina y se metió en su habitación. Salió de ella en camisa, pantalón de vestir, medias y ojotas.
Nuevamente los pelos del brazo se le erizaron. Se acercó al fuego y colocó sus manos a unos treinta centímetros del mismo. Sintió que un poco de agüita le caía por la nariz, buscó su pañuelo y no estaba en su bolsillo. “Se habrá caído en algún lugar”, se dijo. Se secó con una servilleta de papel la nariz pensando en el maldito frío y se puso a cocinar unos bifes a la plancha. La heladera, al igual que la pared de la cocina estaba repleta de fotografías de las víctimas de este caso, recortes de diarios relacionados y algunos papelitos amarillos con conclusiones escritas a mano con letra de médico. De repente comenzó a hablar en voz alta para fijar mejor sus pensamientos...
–Todas estas personas tienen que tener algo en común. ¿Acaso mata por matar? No es posible. Lo más raro es que le vengo pisando los talones al hijo de puta, el tipo mata a alguien y siempre soy el primero en llegar, y aunque no siempre lo encuentre yo al cadáver siempre estoy cerca del lugar del crimen. Lo triste es que no sé el por qué. No me creo esa boludez del sexto sentido, alguna pista inconsciente debo estar siguiendo, ¿pero cuál? Me cache en diez, nunca he lidiado con un asesino tan complejo... Está jugando conmigo..., conoce mis movimientos... ¿Quién puede ser? Tan sólo dos personas conocen mis movimientos, Luis y el comisario. Luis no puede ser, laburo con él hace años, sería incapaz de hacerme algo así...
Mientras el inspector decía todo esto, Luis llegaba al edificio de Muzzi. El frío en la calle era insoportable. Luis vestía todo de negro: sobretodo, guantes de cuero y gorro de fieltro. Entró al edificio y subió hasta el tercer piso, se acercó a la puerta “D” y golpeó. El inspector estaba tan obsesionado con sus pensamientos que no escucho absolutamente nada. El asistente golpeó nuevamente y llamó al inspector por su nombre. Muzzi se calló de repente y miró de reojo hacia la puerta. Luego de unos segundos, Luis, cansado de esperar, movió el picaporte. El inspector giró rápidamente sobre su eje, tomó su revolver entre sus manos y apuntó hacia la puerta.
–¡Fuiste vos! ¡¿Siempre fuiste vos, no?! Por algo no podía agarrarte, conocías todos mis movimientos, mis mañas. ¿Pero por qué haces esto?
–¿No te das cuenta? ¿Hace cuánto laburamos en la cana y sólo ocho asesinos seriales? Seamos sinceros, sólo vivimos cuando estamos resolviendo un caso. Esta es una ciudad de mierda, sólo ocho putos asesinos, y, por encima, este caso se lo dan de una al boludo de Martínez. Acá se necesita un asesino como Manson que venga a hacer escuela para que aparezcan más y así se den cuenta de quién es el mejor inspector de la nación, de que no nos archiven en los manuales de historia. Este país nos necesita.
–Pero..., ¿te volviste loco? Nosotros siempre hemos buscado esta paz, si desaparecieron los asesinos seriales es porque nosotros hemos descubierto a todos. Yo soy el mejor inspector de la historia gracias a eso.
–Baja el arma y razoná. Ya sos historia, sin asesinos se acaba nuestra historia. Un año atrás, ¿quién se acordaba de nosotros? Sólo estábamos acumulando grasa sentados en una puta silla haciendo laburos de oficina. El mejor inspector de la historia era un administrativo más.
–Vos bajá el arma primero. Yo hacía las cosas, lo que sea, pero con dignidad. Yo soy un héroe, un ejemplo para los pibes y para la institución...
–Ja, ja. No me hagas reír. Todos se reían de nosotros. Los pibes de esta época no te conocían hasta que a mi se me ocurrió esto. ¿No saben quién era Gandhi y van a saber quién es Muzzi? Acá si no salís en la tele nadie te conoce, admití que estás otra vez en boca de todos gracias a estas ocho muertes. Y la institución, ja, ja. ¿De qué institución me hablás? Acá ya no hay un puto código. ¿Y cómo querés que lo haya si la mayoría se hacen canas porque sí? Ya no hay un puto policía con vocación. Todos tratan de terminar el día tranquilitos, se meten en un negocio a tomar mate y si hay un asalto en la puerta se hacen los boludos. Ya no hay policías buscando cambiar el mundo, tratando de hacerlo mejor. ¿De qué institución me hablás? ¿Ejemplo de quiénes querés ser? ¿De un gordo que no corre a un chorro ni loco, y se la pasa arrestando a un par de pibes drogados en una plaza? ¡Dejate de joder! Ya se perdió todo en el mundo, y la policía no es ajena al mundo, vive el mismo karma. Seamos sinceros, la mayoría de los arrestos son a pobres pibes que están fumándose un porro. Perdimos el sentido común, el mundo lo perdió. No lo perdamos nosotros, la moralidad ya no corre en estos tiempos. Usá la cabeza, resolvemos asesinatos, necesitamos asesinos. ¿Acaso querés terminar tu carrera siendo un administrativo o, mejor aun, un ejemplo para una institución repleta de drogadictos arrestando a drogadictos?
–Toda una vida he peleado por un mundo mejor, y no pienso ceder ante esta falta de ética. Algunos policías son como vos decís, pero otros se juegan el ojete por dos mangos con cincuenta. Yo seguiré luchando para que esos pocos cambien a esa gran mayoría de la que vos hablás. Acá se necesitan héroes, ejemplos a seguir, a imitar. Yo soy uno de esos ejemplos.
–Vos habías sido eso, y hacía años que ya no eras nada. Fijate una cosa, los héroes en la historia, en la mitología y en las películas siempre han perdido alguna batalla. Vos jamás has perdido un puto caso, hasta lograste resolver este que era casi imposible ya que yo sé todo de vos.
–Je, es que me subestimaste.
–Vamos a decir que sí, pero ¿sabés por qué todos los héroes pierden alguna vez? Pierden para parecer más humanos y así transformarse en héroes, sino serían dioses, y los dioses como son inalcanzables no se imitan. Vos pensalo, yo voy a bajar el arma lentamente.
–No puedo dejar que te vayas, sería transformarme en cómplice. ¡Quedate quieto!
–Hay dos opciones, o me matas o me dejás ir. En cana no podés meterme, eso sería tu fin. Si me matás, todo habrá terminado, es verdad. Pero vos también estarías terminado, volverías a ser un muerto. Si razonás, tu única salida es dejarme libre. Si me dejás ir, te prometo que acá se terminaron las muertes y volvemos a laburar como siempre, como si nada hubiese sucedido. Volverán los asesinos de en serio, esos trastornados que sí tienen códigos. No más boludos que matan a la china del minisuper por cien mangos, no más papelerío de mierda por dos pibes que se estaban fumando un porro, sólo asesinos seriales, sólo hermosas pistas. Dejándome ir haremos escuela para ambos lados y de la buena, mejor que matándome, ya que los boludos esos que matan por matar aprenderán el valor de una muerte, harán intricado el asunto, tendrán códigos, no matarán al voleo, sino pensando bien, dejando pistas pequeñas; y los policías volverán a tener vocación, mirando como resolvemos los casos volveremos a ser héroes, volverán los códigos, los pibes en la escuela volverán a querer ser policías en el poliladron y dirán cuando sea grande quiero ser policía como el inspector Alberto Muzzi.
–No sé, pero... ¡No! ¡Vos de acá no salís!
–Pensalo bien, si vos no lograste resolver este caso, ¿quién se animará a agarrarlo si ya no hay inspectores como la gente? Y por las huellas no te preocupes, el frío nos obliga a llevar guantes. Ja, ja. Además, ¿cuántas opciones tenés? Yo me voy a ir yendo, vos pensalo bien...
El inspector Muzzi bajaba lentamente su revolver mientras el picaporte bajaba lentamente; allí recapacitó levantó nuevamente el arma a gran velocidad y disparó dos tiros certeros. El espejo estalló en mil pedazos y Luis cayó muerto de dos balazos en el pecho. Muzzi abrió la puerta, miró hacia ambos lados, ni una sola persona había salido a ver qué sucedía. “La gente está tan cagada que ya ni sale a mirar”, se dijo. Miró a su asistente que descansaba con sus ojos perdidos en la nada. Intentó interponer su vista entre la nada y Luis para ver si tenían algo que decir sus ojos, y le dijo en voz baja.
–Habías aprendido mucho al lado mío, eh. Pero cometiste un error dejaste que pasen muchas palabras, eso es imperdonable –Muzzi se agachó, tomó su pañuelo de la mano de Luis y se secó la nariz–. Gracias por traerme el pañuelo. Lo que son las trampas del olvido, no tenías que haberte quedado del otro lado de la puerta escuchándome Luisito...

Un día después el auto del asistente fue encontrado incinerado con Luis dentro. La noticia conmovió a la nación, el eterno asistente del inspector Muzzi había muerto en un vuelco en la ruta por culpa de la neblina y los humos provenientes de una fábrica de ladrillos, lamentablemente había quedado inconsciente con el impacto y no pudo liberarse del cinturón de seguridad antes de que el auto estallara. El inspector conmovido salió en todos los medios diciendo que el estaba muy dolido y no sabía si iba a poder seguir y que investigaría ese accidente que terminó con la vida de su eterno compañero.
Un año después el inspector Muzzi era nombrado ciudadano ilustre de la ciudad por resolver el caso de un nuevo asesino serial. Ya nadie dudaría jamás que el inspector Alberto Muzzi era el mejor de la historia.

1 comentario:

Xelda45 dijo...

Felicidades! Bienvenido al mundo de los Bloguers. Entré de raje porque me voy a capital pero prometo leerte y participar de tu encuesta. Creo que has tomado una decisión absolutamente enriquecedora para vos y tu pasión el arte de escribir y transmitir. Vivimos en un mundo en que el dinero interviene en cualquier espacio creativo pero por suerte aún este lugar sigue siendo fiel a los principios del hombre en que la creación y el arte enriquecen y nutren la visión de uno mismo y del todo sin importar el negocio. Un besote grande.